domingo, mayo 15, 2016

EUROVISIÓN Y LA INTELIGENCIA COLECTIVA






El nuevo sistema de votaciones para elegir la mejor canción del festival de “Eurovisión”, celebrado el pasado 14 de mayo en Estocolmo, puede considerarse un buen ejemplo de lo que comentaba en aquella entrada sobre la “inteligencia colectiva”, en el sentido de que, cuando un enorme número de personas vota, los distintos grupos de poder (países vecinos o afines) se contrarrestan unos con otros y el resultado final es realmente justo y objetivo.

El comienzo del show fue realmente espectacular, todo un alarde tecnológico de modernidad cuasi futurista, que nos devolvió a nuestro actual tiempo de crisis, en el momento en el que aparecieron en la pantalla los presentadores suecos Petra y Mans, ella con un vestido convencional con brillos en tonos carne y él con traje azul marino y pajarita, aunque lo cierto es que luego, a lo largo del festival, se cambiaron varias veces de modelito y se modernizaron un poco.

Si duda, vivimos tiempos de cambio, de crisis, en el sentido etimológico de la palabra griega “krisis”, que viene de un verbo que significa “separar” y “decidir”. Estamos atravesando una encrucijada, en la que lo nuevo está próximo a llegar, pero aún no ha llegado, y lo antiguo está a punto de irse, pero todavía no se ha ido.

Tras la ronda de canciones, la primera parte de las votaciones se llevó a cabo de la manera convencional, mediante el voto de los distintos jurados elegidos por las televisiones nacionales de cada uno de los países, cuya puntuación suponía el 50% de la nota final, siendo el 50% restante determinado por el voto de los millones de espectadores de este mutitudinario festival, en el que, además de 40 países europeos, participan también otros como Israel y Australia.

Resultó enormemente sorprendente comprobar como algunos países que se habían quedado en los puestos de cola, tras la primera parte de la votación, remontaron un montón de posiciones al conocerse los resultados de las votaciones del público. Así vimos como la canción interpretada por la austríaca Zoë, una simpática y lozana joven de estilo clásico, obtuvo 120 puntos de los espectadores y terminó en 13º puesto con 151 puntos. Más espectacular y sorprendente si cabe, fue el caso de Polonia, con el melenudo cantante Michal Szpak, una especie de mesiánico Sargento Peppers con casaca roja que le otorgaba un look totalmente demodé de heavy metal procedente de lo que antaño fue el otro lado del telón de acero, y que, aún así, consiguió remontar desde el 36º puesto hasta el 8º con un total de 229 puntos, gracias a su emotiva canción “Color of your life”, llena de esperanza y positividad.

Rusia, la gran favorita, con una espectacular puesta en escena, un auténtico despliegue de tecnología punta, se quedó finalmente en el tercer puesto. El tema “You are the only one”, aunque de gran energía e intensidad, fue interpretado por el mediático Sergey Lazarev, en plan ángel oscuro, lo que reforzó la indudable exaltación del ego que refleja claramente el propio título de la canción.

Tampoco triunfó el minimalismo presentado por la anfitriona Suecia, a cargo de Frans, un chaval flacucho y desgarbado, que apareció en solitario sobre el escenario vistiendo una sencilla camiseta blanca, cazadora gris y zapatillas deportivas, cantando el tema “If I were sorry”, cargado de cierta negatividad y proyectando sobre el escenario las palabras “devil” y “lies”.

También de gran sencillez, pero con mucho más brillo y positividad, fue la impecable actuación de la angelical Dami Im, la representante de Australia, que interpretó un tema que inspiraba sosiego y conexión con la Naturaleza, “The Sound of Silence”, lástima que se quedara con la miel en los labios, ya que, tras haber alcanzado el primer lugar al finalizar la primera parte de la votación, vio como el televoto la relegaba a un amargo segundo puesto.

El triunfo fue para el tema “1944” defendido por la cantante Jamala, en representación de Ucrania. La canción tiene una fuerza descomunal y una intensidad desgarradora, un atípico y acomercial grito de rabia y protesta, que cuenta una historia inspirada en la vida de los padres de la propia artista, quienes padecieron el éxodo como refugiados durante la segunda guerra mundial, lo que le dota de un plus de autenticidad. Al contrario que la canción rusa, la ucraniana es una exaltación de la lucha colectiva y del poder de la colaboración. La fuerza de la Naturaleza también quedó patente en la espectacular imagen de un árbol dorado que emergió, creció y extendió sus numerosas ramas sobre el escenario de Estocolmo.

Por eso, me alegra comprobar que, con este sistema tan multitudinario y objetivo del televoto, en Eurovisión han dejado de funcionar los amiguismos y afinidades geopolíticas, ya no se valora tanto la imagen ni el frikismo, tampoco triunfan los ritmos bailables, ni siquiera la vanguardia más atrevida, lo que de verdad le importa a la gente (como siempre) es la autenticidad y que la canción nos emocione y nos toque el corazón.

El lema del festival, “Come Together”, tampoco es casual.

Resuena en el sombrero: “Come Together”.- The Beatles (Liverpool (UK), 1969).


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