lunes, julio 17, 2006

El Barranco de Atxóndite

Señalan las obras Logroño Histórico, de F. G. Gómez y Apuntes Históricos de Logroño, editada por el Excmo. Ayuntamiento, que, como resultado del famoso proceso de las Brujas de Zugarramurdi, tuvieron lugar autos de fé los días 7 y 8 de noviembre de 1610 y, por su carácter de general, se esperaba la afluencia de numerosos forasteros, por lo que se hicieron aprovisionamientos abundantes de carne, pan y comestibles, se abarató el precio del vino, procurando se expediese el de mejor calidad, como previsión de concurrencia de gentes y por coincidir los días con los de ferias.

Moratín, en sus sarcásticos comentarios al auto de fe de Logroño, comentando la concurrencia de religiosos de los distintos monasterios de la comarca, exclamará:

"Asueto y mula y holgura de tres semanas; engullir sin término y beber sin medida ¡Y en Logroño!"
En aquellos tiempos, en las zonas más aisladas y agrestes del País Vasco, Navarra y La Rioja, subsistían ancestrales ritos paganos, cuyas primitivas ceremonias, en ocasiones, se asemejaban a aquelarres obscenos, danzas macabras, orgías, blasfemias y sacrilegios, los cuales, claro está, eran perseguidos y castigados severamente por el Santo Oficio (Inquisición), ya que podían socavar las sanas y cristianas costumbres del pueblo, en aquellas tierras rebeldes, permanentemente inmersas en tensiones y conflictos que surgían entre los diferentes bandos y clanes a que daban lugar los diferentes avatares políticos que se producían (y se producen) en el transcurso de su agitada historia.
Los acusados, a falta de pruebas consistentes en la mayoría de los casos, eran obligados a confesar sus pecados mediante el sometimiento a duros tormentos y castigos, tales como la famosa "silla de hierro", en la que eran obligados a tomar asiento, tras haber sido calentada durante horas con fuego y ascuas. Cuando no eran sometidos a la denominada "justicia divina", prueba consistente en tirarlos a un pozo, atados de pies y manos, de tal forma que si lograba salir quedaba probada su culpabilidad, ya que, sin lugar a dudas, había hecho uso de sus poderes diabólicos para lograr semejante proeza; y si se ahogaba es que efectivamente era inocente, todo había sido un fatídico error y Dios se lo había llevado a descansar en paz en su Reino Celestial.
Los procesados fueron condenados con rigor: "...cincuenta y tres personas que fueron sacadas al Auto en esta forma: veintiún hombres y mujeres que iban con insignias de penitentes, descubiertas las cabezas, sin cinturón y con una vela de cera en las manos, y seis de ellos con sogas a la garganta, lo cual significaba que habían de ser azotados. Luego seguían unas veintiuna personas con sus sambenitos y grandes corozas con aspas de reconciliados, que también llevaban velas en las manos. Luego iban cinco estatuas de personas difuntas con sambenitos relajados y otros cinco ataúdes con los huesos de las personas que se significaban por aquellas estatuas. Y las últimas iban seis personas con sambenito y corozas de relajados, y cada una de las dichas cincuenta y tres personas entre dos alguaciles de la Inquisición..."
Entre el numeroso público que se concentró en la Plaza del Mercado para presenciar el Auto de Fe, estaba la joven y bella Atxóndite, que contemplaba asustada y con ojos de niña aterrorizada el fuego de la enorme hoguera en la que iba a ser quemada su madre, junto a la mayoría del resto de los procesados, ya que sólo algunos privilegiados eran liberados como muestra de la misericordia con la que se premiaba a los que habían sido buenos confidentes y habían colaborado en el desenmascaramiento de los brujos y brujas adoradores de Satán.
Mientras el chantre de la iglesia colegial llevaba sobre sus hombros la Santa Cruz a la iglesia con mucho acompañamiento y música, ya que iban cantando el "Te Deum Laudamus" tras todos los penitentes.
Atxóndite era una joven aprendiz de curandera, una especie de hechicera o bruja buena que se dedicaba a estudiar las plantas, las pociones, los preparados y conjuros con los que ayudar a calmar los dolores y aliviar las enfermedades de las gentes más humildes de la zona, que no tenían acceso a los escasísimos doctores de una medicina aún en mantillas, con escasos conocimientos científicos, basada muchas veces en supersticiones y prácticas tradicionales que en muchas ocasiones hacían empeorar al paciente en lugar de curarlo, unos aunténticos "matasanos", vaya.
Ante este panorama y con el temor de que, en cualquier momento, algún pretendiente despechado o alguna colega celosa de su belleza y sabiduría, pudiera acusarla de brujería. Atxóndite, que era morena, con el pelo largo, de tez pálida, delgada y de una belleza dulce, plácida y noble que transmitía serenidad, decidió huir hacia el Sur, hacia las agrestes y soleadas montañas que se extienden al otro lado del gran padre Ebro.
A los pocos días, Atxóndite llegó hasta un valle apacible en el que había cuatro pequeños pueblos, rodeados de fértiles huertas en las que crecían ciruelos, manzanos, perales y cerezos. El abundante ganado pastaba por sus verdes prados, los pinares y robledales cubrían sus empinadas laderas, las abejas libaban el néctar de una inmensa variedad de flores con el que fabricaban una rica y nutritiva miel, y los pájaros trinaban ensordecedoramente rompiendo el silencio de cada amanecer.
La joven bruja se estableció en un barranco situado a las afueras del pueblo que había junto a un pequeño raso, guiada por el especial resplandor de los arilos de un viejo Tejo que refractaban de forma especial la luz de la luna llena, con un brillo fluorescente, mágico, que se reflejaba sobre las cristalinas aguas del pequeño arroyo que lo atravesaba.
Allí construyó una pequeña choza, aprovechando un somero extraplomo que había a la entrada de una modesta cueva, orientada al Levante, y a escasos metros del Tejo milenario que le había indicado aquel lugar.
Atxóndite era una chica tímida, pero alegre, sincera y trabajadora, poseedora de una enorme sabiduría como curandera que le había transmitido su experimentada y docta madre. Por lo que, al poco tiempo, se ganó la confianza y la amistad de las gentes del lugar, que la visitaban con asiduidad en busca de consejo y remedios para sus dolencias del cuerpo y del alma.
Un día cuando estaba paseando por el monte en busca de hierbas para sus ungüentos, llegó hasta la entrada de una gran gruta, excavada en la roca caliza, la cual, a pesar del gran anfiteatro que forma su boca, presidido por un viejo y retorcido pudio (Rhamnus alpinus), resulta prácticamente invisible hasta que no se llega a escasos metros de su entrada.
Atxóndite se asomó, al escuchar unos ruidos inquietantes procedentes del interior de la cueva, de repente esos ecos lejanos se convirtieron en gritos aterradores, que cada vez estaban más cerca y se escuchaban con más y más fuerza, por lo que Atxóndite se apresuró a esconderse detrás de unos enebros cercanos. Al poco rato, vió emerger de la gruta al párroco del pueblo, vestido con la tradicional sotana negra y portando una antorcha, que apagó al salir a la luz del sol, luego se giró, levantó la vista hacia el viejo pudio que hay en lo alto de la entrada y saludó con un gesto de su mano, al mirar Atxóndite hacia el arbusto, un escalofrío recorrió su espalda, al ver entre el ramaje, que se asemejaba a un siniestro trono, a un enorme macho cabrío negro que rascaba sus enormes y retorcidos cuernos contra las ramas, propinando tremendas tarascadas y resoplando por la nariz, mientras sus ojos rojizos y encendidos con un intenso fulgor se clavaron en la trémula, asustada y limpia mirada de la joven bruja.
A la semana siguiente, Atxóndite tuvo que huir apresuradamente, tras recibir el aviso de un amigo de que un grupo de energúmenos venían a por ella, después de haber sido acusada de brujería por el párroco del pueblo. Así que salió corriendo sin que le diese apenas tiempo a recoger nada, sin mirar atrás, dejando su nombre como único recuerdo, por el que todavía hoy en día se conoce a ese barranco: "El Barranco de Atxóndite".
Resuena en el sombrero: "The Witch" -The Sonics (Tacoma, Washington, 1965); Lyres (Boston, 1985).

3 comentarios:

atikus dijo...

Pues si que estamos siniestros esta semanita eh!!, por cierto me pille un libro, un best seller en Francia de un tal Roland Villeneuve titulado originalmente "le musée des supplices" osea "el museo de los suplicios, muerte tortura y sadismo en la historia" en la edición castellana, ...jo...como se pasaba la peña, no se si ahora se hace lo mismo pero hay que ver que hija de puta puede ser la gente. (me lo pille en plena época Paralisis Permanente)

Mad Hatter dijo...

La verdad es que me estoy empezando a preocupar, porque he caído en la cuenta de que en mis dos primeras y únicas páginas del blog meciono a Satán, en el cole había algunos que me apodaban "el brujo", y este fin de semana han ingresado 5 personas en el hospital de Logroño por haber comido Boletus satanas ¿Será casualidad?

WODEHOUSE dijo...

No te creas, que soy un poco bruja. Me pasan cosas sobrenaturales o cuanto menos inexplicables constantemente. Hoy mismo. Le he traspasado el pensamiento a mi hijo. Estoy acostumbrada. Hay temporadas que estoy sembrada y disfruto mogollón!
Por lo demás es precioso, no lo conocía lo de la bruja Atxondite. Muy interesante. Un besazo!